jueves, 8 de marzo de 2018

CAPÍTULO 5: MATRIMONIO


CAPITULO 5

MATRIMONIO


La noticia, se extendió por el pueblo con rapidez: La hija pequeña de Zoilo y Ángela se casaba con el músico que había conocido en la fiesta del pueblo en junio, lo había contado Hipólito, el hermano mayor de Benedicta, en la tienda del pueblo.
Las mujeres del pueblo no hablaban de otra cosa. Se reunían todas en la fuente y el lavadero, que eran en el pueblo el principal lugar de reunión porque no había agua corriente en las casas y había que acudir allí para poder lavar la ropa. Por las mañanas, especialmente los días que no llovía y hacía buen tiempo siempre había que encontrar un momento para bajar a hacer la colada. Y se aprovechaba para contar las últimas novedades. El lavadero era, a pesar del trabajo y los sustos cuando se despistaban y el agua se llevaba un calcetín o el jabón, un lugar que resultaba agradable.

Otra de los puntos de encuentro del pueblo era la iglesia. El que no había oído las noticias en la tienda o en el lavadero no se podía perder la hora de la misa para estar informado. Para la hora del rosario todo el pueblo se había enterado de la noticia, y a la salida de la iglesia, ya de noche se formaron corrillos para comentar y ponerse al día de las últimas novedades.

Benedicta no paraba de contestar preguntas: ¿Cuándo iba a ser la boda?, ¿Dónde lo iban a celebrar?, ¿Te hará tu hermana el traje? ¿Nos vas a invitar a todas? Todo el pueblo estaba entusiasmado porque siempre se tiene ganas de celebrar la boda de alguien.
Providencia, la hermana mayor de Benedicta, tenía un taller de costura y allí junto con sus aprendizas y la propia novia prepararon el traje que Bene debía llevar. Fue un traje sencillo pero para la novia era un traje muy bonito.

El 3 de marzo de 1934 se casaron. No había pasado ni un año desde que se habían conocido. La boda, fue una fiesta para todos los del pueblo. El cura que la celebró fue el Padre Alejandro. Después de la ceremonia se celebró la comida, donde no falto el arroz con pollo y el baile con la mejor orquesta que podían tener. Carlos invitó a todos los compañeros de la banda a la boda y además de invitados tuvieron que hacer de músicos; y lograron con su música que todo el mundo disfrutase en aquella boda.

El dinero no les sobraba así que el viaje de novios fue corto, no se podía abandonar el trabajo y Carlos tenía muchas ocupaciones.

Tras la boda se fueron a vivir a Torrelavega, primero alquilaron una casa cerca de los padres de Carlos, y después cuando la familia fue creciendo y fueron necesitando más espacio se trasladaron a una casa en cuatro caminos.

Poco antes de que fuera a nacer su primer hijo, Benedicta se regresó a su pueblo para estar cerca de su madre y su familia, y para que la ayudasen con el niño durante los primeros días. En 1935 nació su primer hijo en San Roque del Acebal. Con el nombre no hubo duda, se llamaría Carlos como su padre. En 1936, esta vez en Torrelavega nace su hija Maria Victoria y en 1938 nació otro varón, Antonio aumenta la familia. Los años de la guerra fueron difíciles para el matrimonio quizá por eso pocas veces, pasada la guerra, en casa se hablaba de ella, de la angustia, los piojos, las pulgas el hambre, la soledad, el miedo, las denuncias… Benedicta y Carlos alguna vez contaban a sus hijos la bajada de su padre desde Reinosa con la ropa tan cargada de “bichos” que no había sitio para más o cuando Carlitos durante la estancia en el refugio de la mina se escondía debajo de la falda de las señoras del miedo que le daban los bombardeos.  En los años de la pos guerra el trabajo fue intenso, pero la ilusión y el entusiasmo también.

La fábrica de muebles funcionaba muy bien y a Carlos le lleva mucho tiempo pero no encontraba el momento de abandonar la música. Todo el dinero que podía conseguir era necesario. La comida escaseaba y tenía tres hijos. A Tita, como llamaba Carlos siempre a su mujer Benedicta, le tocaba hacer grandes colas para conseguir comida. Gracias a que su hermana le había enseñado a coser, tenía que dar la vuelta a los cuellos de las camisas, remendar todos los rotos y hacer todo tipo de apaños para estirar la vida de la ropa. Y sobre todo tenía que animar a su marido para que siguiera adelante.

Los días que había fiesta, de vez en cuando, aparecía su hermano “Polito” que le traía del pueblo alguna patata, alubias, huevos, manzanas,… un lujo que disfrutaban y también hacían milagros para estirar.

En algunas ocasiones con el estraperlo conseguían azúcar para hacer algún postre y tabaco para que Carlos pudiera encender algún cigarrillo. El estraperlo era una forma de comercio ilegal que la gente usaba en la calle y de este modo se podían conseguir determinados productos que escaseaban en las tiendas. Estaba perseguido por la policía y no pocas veces el estraperlista para no ser detenido tenía que deshacerse de los productos, por ejemplo tirándolos desde el tren a las cunetas porque alguien había dado un chivatazo.
Muy despacio y con mucho esfuerzo fue mejorando la economía, la gente volvía a necesitar muebles y a comprarlos así que fue necesario ampliar el taller. Carlos tubo que comprar un local en la calle General Castañeda de Torrelavega y poco después le fue ampliando con otros contiguos.

La familia no había terminado de crecer y en 1944 nace su cuarta hija Carmen, y todavía dos años más tarde el último de la familia, Fernando.

La tienda de Carlos cada vez se hace más grande porque viene gente a comprar de las provincias cercanas. Sus gabinetes y comedores empiezan a ser reconocidos y reclamados desde Asturias al País Vasco. La cantidad de trabajo hizo que Carlos cada vez le tuviera que dedicara menos tiempo a la música y no le quedó otra que dejar la orquestina y la banda municipal. Durante la semana el trabajo era duro, a medio día tenía el tiempo justo para poder comer y poco más, Tita comentaba que “tenía que tener la sopa soplada” para que nada más comer Carlos pudiera volver a abrir el taller lo antes posible. Sin embargo, la cena Carlos se la tomaba más relajada, le gustaba disfrutar de su familia y de la comida. Casi siempre tenía preparada alguna sorpresa que guardaba en los bolsillos de su gabardina y que compraba al salir del taller. Después de cenar, cuando llegaba la hora del postre, se la daba a sus hijos pequeños. Les mandaba a cogerla y ellos solían encontrar higos, uvas pasas, castañas asadas, pastas o algún caramelo.

Cuando llegaba el fin de semana aprovechaba para pasar más tiempo con su familia. Los domingos por la mañana acompañaba a su mujer y a sus hijos pequeños a misa. Los hijos mayores iban por su cuenta con los amigos. Después aprovechan para ir todos juntos a tomar un mosto y unas rabas. El domingo también era el día de la paga y cuando llegaba la hora de dar el dinero a sus hijos mayores les solía preguntar, para saber si ellos también habían ido a misa: ¿De qué color era la casulla (vestido el cura) del cura?
Por la tarde aprovechaba para ir al bar y echar una partida a las cartas con sus amigos de siempre.



lunes, 22 de enero de 2018

CAPITULO 3 JUVENTUD II

CAPITULO 3

JUVENTUD II

            Era una mañana como otra cualquiera para la mayoría de la gente. Sin embargo para Carlos era el día que desde hacía meses no tenía ninguna gana de que llegase. Llevaba angustiado mucho tiempo sabiendo que no había remedio y que a no ser que ocurriese un desastre natural, como un terremoto, nadie le iba a salvar de tener que cumplir con la “mili”. Se encontraba sentado en la estación de FEVE de Torrelavega y lo que menos le apetecía era que llegara el tren. Era su primer día en el servicio militar y tenía mucha inseguridad. No sabía lo que le pudiera suceder en los próximos meses ni lo que se iba a esperar de él durante ese tiempo. No le hacía ninguna gracia tener que cumplir con esta obligación. Así que ahí estaba, en la estación, esperando al tren que le iba a llevar a Santander. No iba a poder ver a su familia hasta que aquello finalizase. Pero prefería no pensar en ello.

Cuando llegó a Santander, tuvo que dirigirse al regimiento donde le indicarían que debía hacer. Así que eso es lo que hizo: se puso en marcha y, tras andar durante por lo menos una hora, se plantó en las oficinas a preguntar por su destino. Lo que sucedió fue que se encontró con gente normal y agradable y lo que pensó que iba a ser una tortura, resultó no ser tan malo. Hizo muchos amigos y disfrutó de su vida en Santander, que era una ciudad con más ambiente que Torrelavega. Aprendió a desenvolverse por la ciudad y tuvo tiempo de hasta dar algún que otro paseo. Además, para él era un lujo poder disfrutar de la playa los días de sol.

Una vez hubo acabado el servicio militar le costó casi lo mismo volver a Torrelavega que lo que le había costado irse de allí. Poder tener a su familia cerca era para él muy importante; sin embargo, dejaba en Santander a muchos y muy buenos amigos de juventud con los que había compartido muchas aventuras.

Una tarde, cuando iba hacia su casa por Cuatro Caminos, vio un letrero en una panadería en el que anunciaban la creación de una banda municipal de música en Torrelavega. No volvió a darle más importancia hasta que una semana más tarde uno de sus amigos de la infancia le dijo que había decidido unirse a la banda. Carlos tenía una gran afición por la música y lo que le contó su amigo le dio mucha envidia. Pero para él no sería sencillo entrar en ella. Su amigo había ido al conservatorio y tenía estudios musicales, pero él nunca había estudiado para tocar. Tenía buen oído y le encantaba practicar con la guitarra, el piano, la gaita… Perdía muchas horas sacando de oído todas las canciones que le gustaban. Pero de ahí a que le fuesen a coger en la banda le parecía un paso imposible. Sin embargo, la idea no le dejaba de rondar la cabeza y durante las siguientes semanas practicó más que de costumbre. Se estaba entusiasmado con la idea de ir a la prueba que hacían para que te admitiesen en la banda pero tampoco quería hacerse ilusiones porque le parecía un sueño imposible. Su madre, que le veía un poco cabizbajo, no hacía más que preguntarle qué le pasaba, así que un día le contó que sabía que iban a fundar una banda en Torrelavega de la que le gustaría formar parte pero que lo veía como un sueño imposible porque él nunca había estudiado música. Su madre, como todas las madres del mundo, no podía ver así de triste a su hijo, así que le animó y le dijo que el “NO” ya lo tenía y que por probar a presentarse no perdía nada. Así que es lo que hizo. Tuvo que pensar en qué música iba a tocar y con qué instrumento iba a pasar la prueba. No tenía que tocar durante mucho tiempo, pero por eso tenía que elegir algo original y que le gustase a los jueces que debían decidir. La verdad es que la elección no fue difícil; decidió tocar “Asturias patria querida” y algunas otras piezas cortas y conocidas que había oído tocar a otras bandas y que a la gente le gustaban mucho. Y así fue como Carlos, aunque nunca había estudiado para tocar, con su buen oído y su experiencia con los instrumentos musicales se las apañó para meterse como trombón primero en la banda de Torrelavega que se fundó en 1912.

            Básicamente, a lo que se dedicaba la banda era a acudir a inauguraciones, bodas, bautizos, festivales, y a despedir a los barcos que zarpaban para pescar o para comprar cereales y fruta. De todos los actos a los que iban, a Carlos el que menos le gustaba era despedir barcos, ya que salían con mucha frecuencia y la música que solían tocar era muy repetitiva. Sin embargo, le encantaba acudir a las fiestas en las que siempre había mucha gente contenta y con ganas de fiesta. Estas eran mucho más entretenidas y la música era más variada y cada año preparaban canciones diferentes.

            Gracias a formar parte de la banda no tuvo que formar parte de la leva de soldados que, como él decía, marchó a luchar contra “el moro” y se salvó del desastre de Annual. Él siempre dijo que había tenido mucha suerte.

            Durante todo este tiempo desde que volvió de la mili, conservó el trabajo en la ebanistería y durante muchos años lo compaginó con sus actuaciones en la banda. Desde que empezó de niño barriendo el local, la ebanistería se convirtió en su segunda casa y en su auténtica escuela. Acabó siendo un profesional y sabía construir todo tipo de muebles, era un “manitas” y a la gente le gustaba mucho la calidad de las piezas que fabricaba. No solo era hacer mesas o sillas, sino también estudiar detenidamente su diseño. Cada mueble que fabricaba era una obra de arte. Sin embargo, no pudo evitar que, como consecuencia de una huelga, despidieran a todos los trabajadores de la ebanistería, lo cual le dio mucha rabia, ya que ese oficio le encantaba. Fue una época dura, porque tanto él como sus compañeros se quedaron sin trabajo y no era fácil encontrar otro en esa época. Estuvo unos cuantos meses pensando qué podía hacer, ya que el sueldo de la banda municipal no le era suficiente. A menudo quedaba con sus antiguos compañeros de trabajo para compartir sus tristes historias y fue uno de esos días cuando decidieron que tenían que arriesgarse y montar entre todos una nueva ebanistería. Se encontraron con algunos problemas económicos, pero el proyecto les hacía mucha ilusión y tenían la certeza de que si trabajaban duro les iba a salir bien. Con esa esperanza, Carlos tuvo que ir donde su madre Benicia a pedirle un pequeño préstamo de quinientas pesetas y ese fue el dinero que invirtió para que su gran sueño saliese adelante.

Hacían unos preciosos muebles de haya, a los que Carlos, junto a sus compañeros, dedicaba mucho esfuerzo, pero siempre con su merecida recompensa. Pese a su creciente fama y la indudable calidad de los muebles, Carlos sentía que cada vez sus dos amigos se cansaban de hacer muebles y se lo dejaban de tomar tan enserio como deberían. Por este y otros motivos, la sociedad se disolvió alrededor de 1925. No podía perder aquel trabajo, ya que era para él lo mejor que tenía y lo que mejor sabía hacer, así que, con el poco dinero que había conseguido ahorrar, decidió alquilar un taller él solo.  Pero al no poderse permitir el alquiler del taller en el que estaba hasta entonces, lo trasladó a la calle Argumosa, que estaba a las afueras de Torrelavega. Para ser sinceros, el local tenía un aspecto bastante deplorable; de hecho meses atrás el periódico de Torrelavega comentó el mal estado de esa calle con un artículo titulado “¿Dónde se hace en este pueblo… aquello?”. Es curioso que a Carlos le encantaba contar esta anécdota a pesar de que la noticia criticaba el estado de la calle en la que trabajó. Mirar hacia atrás y ver de dónde venía y adónde había llegado con su esfuerzo y con su trabajo es lógico que le hiciera sentirse recompensado por todo el esfuerzo.

Aunque el trabajo le encantaba, no le gustaba nada la obligación de tenerse que levantar muy temprano todos los días para trabajar muy duro y sin ninguna compañía. Trabajó de forma constante desde que amanecía todos los días del año salvo el Jeves Santo, Navidad y Año Nuevo. Así que las veces que salía con la banda eran para él una distracción. A pesar de ser su segunda fuente de ingresos, también eran momentos de diversión y de ocio que aprovechaba para divertirse y pasárselo bien.

Todo el esfuerzo se vio poco a poco recompensado: la ebanistería le fue bien y tuvo que contratar a más personal para poder sacar adelante todos los encargos que les llegaban. Se había hecho con cierto renombre en Torrelavega y todo le mundo sabía que sus muebles eran de buena calidad. Además, formaba parte de la banda municipal y se unió también a la coral como tenor destacado.

Un día, su amigo Rodríguez Hevia le comentó la posibilidad de formar ellos dos una pequeña orquesta y qué más quería oír Carlos.  Como buen emprendedor, enseguida se ilusionó con la idea hasta que tomó forma. A pesar de que se le daba fatal lo de poner nombres, el nombre de esta orquesta lo decidieron con facilidad uniendo las dos primeras iniciales del apellido de cada uno. Esta forma de hacer nombres le fascinó, ya que durante toda su vida había creado nombres de los que al poco tiempo se acababa arrepintiendo
           


CAPITULO 4 JUVENTUD III

CAPITULO 4


JUVENTUD III




Era Junio y estaba a punto de empezar el verano. Carlos estaba muy ilusionado con la banda ROMO (ROdríguez y MOntes) que había formado con su amigo Rodríguez Hevia. Se llevaban muy bien entre ellos y quedaban todos los fines de semana para ensayar y aprender canciones nuevas. Ya habían dado algún concierto en los pueblos cercanos durante las fiestas de San José y en las de San Antonio. La gente les había aplaudido mucho y les empezaban a conocer en la zona.  Habían conseguido que les contratasen para dar muchos conciertos ese verano, así que estaban ansiosos por que comenzase la temporada. El primero de los conciertos de la temporada iba a ser en Asturias, en la zona de Llanes, en un pueblo que se llama San Roque del Acebal.

Ese día Carlos había quedado con los componentes de la banda ROMO en la estación muy temprano para coger el primer tren hacia San Roque. El viaje desde Torrelavega era muy largo; el tren tardaba unas cuatro horas en hacer el trayecto, y paraba en todas las estaciones que había por el camino.

San Roque es un pueblo pegado a la montaña, pero la Villa, que es como llaman a Llanes en la zona, está a cinco kilómetros. En San Roque se celebra el 24 de Junio la fiesta de la Sacramental y todas las mujeres del pueblo se visten con el traje tradicional asturiano de “aldeana” y todos los mozos con sus trajes de “porruanu”.

También en casa de Benedicta Campollo Somohano en San Roque del Acebal se habían levantado todos muy temprano ese día. Había que hacer todas las labores de la casa antes de empezar a prepararse para la fiesta que llevaban todo el año esperando. Benedicta tenía dos hermanas jóvenes, como ella, y las tres querían vestirse a la vez, así que andaba toda la casa revuelta y los nervios se sentían en el ambiente. Se ayudaban entre ellas para vestirse. Colocarse el traje es todo un ritual que lleva mucho tiempo y que las madres enseñan a sus hijas desde pequeñas. Se tienen que colocar la saya solitaria, el corpiño y, lo más importante, el pañuelo, que lleva mucho tiempo colocarlo. Así que entre: - Átame el corpiño, -¿Dónde están mis horquillas?, - Dame más alfileres, - ¿Quién me pone el pañuelo?....su madre Ángela, las tranquilizaba: - Ye pronto no hay prisa.

Tenían que estar preparadas para la misa solemne que había a las doce del mediodía. Luego era la procesión y la subasta del “Ramu” que llevan en sus hombros los “mozus” vestidos de porruanos. Una de las cosas que más las gustaba era hacer bailar sus pandereteas mientras cantaban. Y disfrutaban un montón con el famoso baile del Pericote.

Ese día a Bene, como todo el mundo la conoce en el pueblo, le tocaba ayudar a servir la mesa del cura con el resto de las jóvenes del pueblo. En la mesa también se sentaban el maestro, el alcalde, invitados y los músicos. Como estaba acostumbrada a hacer en otras ocasiones, colocaba los platos, cubiertos, pan… Sin embargo, se estaba empezando a sentir incómoda porque uno de los músicos no paraba de piropearla. Así que les dijo a sus amigas que por favor se hicieran cargo de servir la mesa mientras ella se ocupaba de otras tareas.

Los dos contaron el resto de sus vidas que aquello había sido un flechazo de película. Desde el momento en que Bene salió a servir la mesa se fijó en Carlos que estaba sentado con sus amigos a la mesa y que era muy hablador, simpático y dicharachero. Mientras que Carlos, por su parte, una vez que vio a Bene con su melena negra y su sonrisa embaucadora ya no pudo quitar la mirada de ella.
Así es cómo se conocieron mis bisabuelos. Carlos tuvo que coger desde entonces muchos trenes para poder volver a San Roque a ver a mi bisabuela. El tren seguía tardando muchas horas en llegar allí desde Torrelavega y el tren de vuelta que venía desde Oviedo pasaba pronto. Así que eran pocas horas las que les quedaban para estar juntos.

A Carlos, que tenía buen humor, también le gustaba el trayecto en tren que solía ser toda una experiencia. En aquel tiempo siempre había alguien en el tren que invitaba a compartir la comida que llevaba y también había un señor que vendía números para una rifa. Al llegar a Cabezón de la Sal, el tren paraba un buen rato y por el andén pasaban vendedores ambulantes que gritaban lo que vendía cada uno: - ¡Plátanos, avellanas, cacahuetes….!

Cuando llegaba el tren a San Roque siempre había mucha gente en la estación, porque era típico en el pueblo acercarse hasta allí para ver pasar los trenes. Sin embargo, Bene nunca bajaba al tren a recibir a Carlos. Siempre era Carlos el que se acercaba hasta su casa.
Los hermanos de Bene trabajaban en el campo y tenían ganado. La vida en el campo era dura y había que trabajar mucho. La electricidad había llegado al pueblo prácticamente al mismo tiempo que ellos; nacieron en 1900, que es cuando se inauguró la Central Eléctrica de Purón. Pero la maquinaria que se utilizaba en el campo era muy rudimentaria y no tenían las máquinas ni los tractores que existen hoy en día.

Todos los días había que ordeñar a las vacas y meter la leche en unas grandes perolas que se colocaban en las puertas de las casas y que pasaba a recoger el camión.

Una vez acabada la faena por la tarde, los hombres solían ir a jugar a las cartas a la tienda de Telesforo. Era una tienda grande y bien surtida para esos tiempos. Entrar en la tienda era un espectáculo; cerca de la puerta estaban colgados los aperos de labranza: guadañas, rastrillos, azadas, campanos…; encima del mostrador estaban colgados los chorizos, morcillas, jamones…; las legumbres, la harina y el azúcar estaban metidos en sacos cerca de una báscula. En otro rincón de la tienda estaban las madreñas y las zapatillas. Y no faltaban el tabaco y los caramelos en una esquina de la tienda cerca de las botellas de coñac y de anís. A partir de la primavera cuando el tiempo lo permitía se sacaban algunas mesas y sillas fuera, a la calle y la gente se acercaba a la bolera para echar unos bolos.

Uno de los hermanos de Bene, cansado de la vida en el campo y con la esperanza de conseguir una mejor vida se fue a navegar con la Marina Americana. No pudo volver mucho por el pueblo hasta que se jubiló, pero cada vez que hacía una visita traía los chicles que mi abuela siempre recordaba y también contaba que a todos les hacían mucha ilusión unas medias de nylon que traía.


El noviazgo de mis bisabuelos no fue muy largo, y también mi bisabuela Bene no tardó en dejar su pueblo para casarse con Carlos e irse a vivir a Torrelavega. Nunca dejó de ser asturiana y volvía a su pueblo siempre que podía para estar con su familia. Por supuesto, que siempre solía ir el día de la fiesta de San Roque a vestirse de “aldeana” y también iba a las fiestas de la Guía de Llanes. Me acuerdo de que el día que mi bisabuela celebró su 100 cumpleaños fueron unos gaiteros asturianos para felicitarla y tocar la gaita. 

martes, 5 de diciembre de 2017

Capitulo 2 juventud

CAPITULO 2
JUVENTUD

La madre de mi bisabuelo Carlos estaba triste y preocupada esa mañana. Carlos intentaba calmarla: - “Madre no se preocupe algún día tenía que dejar la escuela”. Mi bisabuelo pensaba que esa frase no la iba a tranquilizar demasiado y sin embargo observó cómo su madre cogía un pañuelo y sonreía mientras se secaba las lágrimas. “Gracias hijo”, le dijo su madre, “pero no lloro por eso. Estoy segura de que te va a ir muy bien en la ebanistería porque siempre has sido muy habilidoso y Don Eusebio y Don Jacinto son muy buenas personas”.Eusebio Andrés y Jacinto Otero eran los dueños de una pequeña ebanistería cerca de la plaza mayor de Torrelavega. Decían que habían fabricado un sifonier para la habitación de la reina Victoria Eugenia, pero lo que es seguro es que era sin duda la mejor ebanistería de Torrelavega. “Estoy preocupada porque me han dicho en el mercado que el asesinato de no séqué príncipe húngaro austriaco está generando una guerra mundial y cómo entremos en ella, no séqué va a ser de nosotros”. La incertidumbre de la primera guerra mundial en los países próximos preocupaba a las familias en esos años y temían que España se involucrase. Con la pobreza que padecían lo que menos les hacía falta era una guerra.

Afortunadamente los miedos de Benicia eran infundados y a pesar de las incomodidades de la época mi bisabuelo tuvo una juventud feliz. No tuvo grandes lujos pero aprendió a disfrutar de la vida y de la compañía de los amigos que le rodeaban.

Carlos fue al colegio y fue un chaval aplicado pero la necesidad de llevar dinero a casa hizo que abandonase pronto las clases. En aquella época existía en Torrelavega una escuela de artes y oficios que habían inaugurado en 1892 y que tenía muy buena fama. A esta escuela asistieron muchos de sus compañeros de colegio, entre ellos, los hermanos Cortabitarte. Estos eran dos hermanos gemelos que luego se convertirían en los dueños de una de las mejores pastelerías de Torrelavega pero que no se llevaban muy bien entre ellos. A mi bisabuelo le hacía mucha gracia que, siendo hermanos gemelos, cada uno se sentaba a comer en una mesa diferente dela cantina de la estación y como no se hablaban entre ellos utilizaban al camarero de mensajero. “Camarero, le puede decir por favor a mi hermano que me pase el periódico cuando acabe de leerlo”
El caso es que a Carlos le hubiera gustado poder asistir a esa escuela de artes y oficios, pero era un sueño que no se podía permitir. De la escuela obtuvo lo principal que se podría esperar en esa época, ser capaz de leer y escribir, y sobre todo un gran interés por los números y las matemáticas, además de muchos amigos que conservaría el resto de su vida. También el colegio le inculco la costumbre de estar bien informado. Siempre recordaba la mañana que el padre Nicanor entró en clase con un periódico en la mano. “Se ha hundido el Titanic!” “Casi 2,000 muertos” Y toda la clase a su alrededor escuchó la terrible noticia como si les estuviesen leyendo la mejor de las novelas. Años después no se perdía “el parte”, como llamaba él a las noticas de la televisión, aunque nunca una noticia le impacto tanto como el hundimiento del mayor barco jamás construido.
Tras acabar la primaria sus padres consiguieron que Don Eusebiole aceptase como oficial en su empresa. Es cierto que Don Eusebioera un buen hombre pero Carlos tuvo que trabajar 12 horas al día, sábados incluidos, para demostrarle a su jefe que valía para el puesto y así poder ganar unas pocas pesetas. Un día que era el cumpleaños de su madre Carlos quería no salir muy tarde para poder acercarse al mercado a comprar unas flores. A última hora las floristas bajaban el precio de los ramos que no habían vendido ya que de otra forma tendrían que volverse con ellos a casa. A su madre le gustaba poder adornar el salón con unas flores pero no era lo habitual ya que eran un gasto másque no se podían permitir. Cuando Carlos ese día le dijo a su jefe: - “Don Eusebio me voy que me espera mi madre para cenar y ya son lasnueve”. Don Eusebio le contestó: - “¡Pero si no has barrido! Ya sabes que hasta que no hayas barrido no puedes ir para casa”. Si, Don Eusebio como decía su madre, era muy buena persona pero no perdonaba una. Y por supuesto que no podía irse sin terminar su tarea.¡Ay! eso era lo peor barrer al acabar, pero la verdad es que Carlos barría a gusto. Sin pensar en la miseria que le iban a pagar, ni en que su madre podía quedarse sin regalo de cumpleaños, sino en todo lo que había aprendido ese día. Sabía que para él esa era su escuela y tenía que aprovecharla al máximo. También solía hacer el cuento de la lechera en su cabeza pensando en que algún día gracias a todo el conocimiento que estaba adquiriendo en todo lo relativo a la madera, el montaría su propia ebanistería y ganaría mucho dinero. Ese trabajo le había hecho darse cuenta de que le encantaba la ebanistería. Esos pequeños trabajos de diseño para hacer que el respaldo de una silla estuviera recto o que una cama no cojeara. Y lo bien que se sentía cada vez que terminaba de fabricar algún mueble. Tenía la sensación reconfortante de que era una obra suya. Cada silla, mesa, cama, mesita… que hacía siempre llevaba un pequeño detalle suyo que se ingeniaba para colocar.

Las horas que sacaba de tiempo libre las dedicaba también a fabricar sus propias invenciones. En menos de un año que llevaba trabajando había aprendido lo suficiente para poder añadir al comedor de su casa seis sillas y una mesa, eran muy sencillas pero robustas y muy bien hechas.

Además de este trabajo en la ebanistería, los primeros y terceros domingos de cada mes Carlos y su padre aprovechaban para pasear por allí con el organillo. Vendían churros y bacalao para ganar algo más de dinero. Lo mismo ocurría durante el verano y en las fiestas del pueblo. Un día que era la fiesta de la Patrona de Torrelavega, un quince de agosto, después de comer, Carlos había quedado con su padre para ir a vender los churros en la feria. Su padre había ido a buscar el organillo y mientras él se tenía que encargar de coger todo el material para llevar los churros. Sin embargo cuando iba de camino vio que estaban todos los chavales subiéndose a la cucaña, un palo engrasado por el que tenía que trepar y conseguir llegar hasta arriba para retirar un pañuelo que estaba enganchado en lo alto. Se le olvidaron sus obligaciones y se puso a la cola para subir a la cucaña. Cuando le llegó el turno se lanzó como un mono para arriba y debía ser que acostumbrado a andar descalzo tenía las plantas de los pies adaptadas a todo tipo de terrenos y llegó hasta arriba en un periquete, cogió el pañuelo y bajo resbalándose por el palo gritando como un loco con la mano alzada moviendo el pañuelo. Todo el mundo lo aplaudía y vitoreaba su nombre. Él pensaba en lo contenta que se iba a poner su madre cuando le llevase a casa el jamón que acababa de ganar. Les iba a dar para comer unos cuantos días. Su padre al verlo llegar tarde no se enfadó con él porque sabía que era un crio y además de trabajar también necesitaba pasárselo bien algunas veces. Y también porque ese día había conseguido más de lo que probablemente ganasen trabajando toda la tarde.

Otra de las actividades que le encantaba hacer en las fiestas era tirar de una especie de piñatas que colocaban colgadas de un palo en lo alto, en realidad eran unos cubos, unos estaban rellenos con agua y otros con caramelos. Siempre salía de allí con muchos dulces y caramelos pero también se solía ir con indicios de alguno de sus intentos.
Otro aliciente de las fiestas era la feria de ganado que se celebraba en Torrelavega todos los años. Era la más importante de la región y venía gente de las provincias vecinas a comprar vacas. Esos días se movía mucho dinero en el mercado porque la gente venía con todos sus ahorros para comprar reses para sus ganaderías. Se vendían muchos churros y mucho bacalao frito. Carlos disfrutaba de lo lindo esos días hablando con todo el mundo y aprendiendo todo lo relativo al ganado y especialmente a los increíbles toros que había. Los dueños de las vacas le explicaban encantados las maravillas de sus ejemplares y agradecían su interés por conocer el más mínimo detalle.
Al final de una de estas jornadas en la feria con suerte conseguían reunir un real de la época que aunque no era mucho la familia agradecía mucho.

De tanto ver a su padre tocar el organillo al final también él aprendió. Tenía buen oído y le gustaba la música. Así que generaba sus propias composiciones con el pequeño organillo. Le hubiese encantado haber estudiado música pero por las circunstancias ni si quiera se podía plantear esa posibilidad. Pero como para el resto de las cosas que aprendió a lo largo de toda su vida fue un auténtico autodidacta que sabía sacar partido a las oportunidades que se le presentaban. Sabía lo importante que es tener interés y eso le sirvió para más adelante formar parte de una banda de música.



Alfonso X el Sabio

Presentacion Alfonso X el sabio