Cuaderno digital de Miguel Moncalian
jueves, 29 de noviembre de 2018
jueves, 8 de marzo de 2018
CAPÍTULO 5: MATRIMONIO
CAPITULO 5
MATRIMONIO
La
noticia, se extendió por el pueblo con rapidez: La hija pequeña de Zoilo y
Ángela se casaba con el músico que había conocido en la fiesta del pueblo en
junio, lo había contado Hipólito, el hermano mayor de Benedicta, en la tienda
del pueblo.
Las
mujeres del pueblo no hablaban de otra cosa. Se reunían todas en la fuente y el
lavadero, que eran en el pueblo el principal lugar de reunión porque no había
agua corriente en las casas y había que acudir allí para poder lavar la ropa.
Por las mañanas, especialmente los días que no llovía y hacía buen tiempo
siempre había que encontrar un momento para bajar a hacer la colada. Y se
aprovechaba para contar las últimas novedades. El lavadero era, a pesar del
trabajo y los sustos cuando se despistaban y el agua se llevaba un calcetín o
el jabón, un lugar que resultaba agradable.
Otra
de los puntos de encuentro del pueblo era la iglesia. El que no había oído las
noticias en la tienda o en el lavadero no se podía perder la hora de la misa
para estar informado. Para la hora del rosario todo el pueblo se había enterado
de la noticia, y a la salida de la iglesia, ya de noche se formaron corrillos
para comentar y ponerse al día de las últimas novedades.
Benedicta
no paraba de contestar preguntas: ¿Cuándo iba a ser la boda?, ¿Dónde lo iban a
celebrar?, ¿Te hará tu hermana el traje? ¿Nos vas a invitar a todas? Todo el
pueblo estaba entusiasmado porque siempre se tiene ganas de celebrar la boda de
alguien.
Providencia,
la hermana mayor de Benedicta, tenía un taller de costura y allí junto con sus aprendizas
y la propia novia prepararon el traje que Bene debía llevar. Fue un traje
sencillo pero para la novia era un traje muy bonito.
El
3 de marzo de 1934 se casaron. No había pasado ni un año desde que se habían
conocido. La boda, fue una fiesta para todos los del pueblo. El cura que la celebró
fue el Padre Alejandro. Después de la ceremonia se celebró la comida, donde no
falto el arroz con pollo y el baile con la mejor orquesta que podían tener. Carlos
invitó a todos los compañeros de la banda a la boda y además de invitados
tuvieron que hacer de músicos; y lograron con su música que todo el mundo
disfrutase en aquella boda.
El
dinero no les sobraba así que el viaje de novios fue corto, no se podía
abandonar el trabajo y Carlos tenía muchas ocupaciones.
Tras
la boda se fueron a vivir a Torrelavega, primero alquilaron una casa cerca de
los padres de Carlos, y después cuando la familia fue creciendo y fueron necesitando
más espacio se trasladaron a una casa en cuatro caminos.
Poco
antes de que fuera a nacer su primer hijo, Benedicta se regresó a su pueblo
para estar cerca de su madre y su familia, y para que la ayudasen con el niño
durante los primeros días. En 1935 nació su primer hijo en San Roque del Acebal.
Con el nombre no hubo duda, se llamaría Carlos como su padre. En 1936, esta vez
en Torrelavega nace su hija Maria Victoria y en 1938 nació otro varón, Antonio
aumenta la familia. Los años de la guerra fueron difíciles para el matrimonio
quizá por eso pocas veces, pasada la guerra, en casa se hablaba de ella, de la angustia,
los piojos, las pulgas el hambre, la soledad, el miedo, las denuncias… Benedicta
y Carlos alguna vez contaban a sus hijos la bajada de su padre desde Reinosa
con la ropa tan cargada de “bichos” que no había sitio para más o cuando Carlitos
durante la estancia en el refugio de la mina se escondía debajo de la falda de
las señoras del miedo que le daban los bombardeos. En los años de la pos guerra el trabajo fue
intenso, pero la ilusión y el entusiasmo también.
La
fábrica de muebles funcionaba muy bien y a Carlos le lleva mucho tiempo pero no
encontraba el momento de abandonar la música. Todo el dinero que podía conseguir
era necesario. La comida escaseaba y tenía tres hijos. A Tita, como llamaba Carlos
siempre a su mujer Benedicta, le tocaba hacer grandes colas para conseguir
comida. Gracias a que su hermana le había enseñado a coser, tenía que dar la vuelta
a los cuellos de las camisas, remendar todos los rotos y hacer todo tipo de
apaños para estirar la vida de la ropa. Y sobre todo tenía que animar a su
marido para que siguiera adelante.
Los
días que había fiesta, de vez en cuando, aparecía su hermano “Polito” que le
traía del pueblo alguna patata, alubias, huevos, manzanas,… un lujo que
disfrutaban y también hacían milagros para estirar.
En
algunas ocasiones con el estraperlo conseguían azúcar para hacer algún postre y
tabaco para que Carlos pudiera encender algún cigarrillo. El estraperlo era una
forma de comercio ilegal que la gente usaba en la calle y de este modo se
podían conseguir determinados productos que escaseaban en las tiendas. Estaba
perseguido por la policía y no pocas veces el estraperlista para no ser
detenido tenía que deshacerse de los productos, por ejemplo tirándolos desde el
tren a las cunetas porque alguien había dado un chivatazo.
Muy
despacio y con mucho esfuerzo fue mejorando la economía, la gente volvía a
necesitar muebles y a comprarlos así que fue necesario ampliar el taller.
Carlos tubo que comprar un local en la calle General Castañeda de Torrelavega y
poco después le fue ampliando con otros contiguos.
La
familia no había terminado de crecer y en 1944 nace su cuarta hija Carmen, y todavía
dos años más tarde el último de la familia, Fernando.
La
tienda de Carlos cada vez se hace más grande porque viene gente a comprar de
las provincias cercanas. Sus gabinetes y comedores empiezan a ser reconocidos y
reclamados desde Asturias al País Vasco. La cantidad de trabajo hizo que Carlos
cada vez le tuviera que dedicara menos tiempo a la música y no le quedó otra
que dejar la orquestina y la banda municipal. Durante la semana el trabajo era
duro, a medio día tenía el tiempo justo para poder comer y poco más, Tita
comentaba que “tenía que tener la sopa soplada” para que nada más comer Carlos
pudiera volver a abrir el taller lo antes posible. Sin embargo, la cena Carlos
se la tomaba más relajada, le gustaba disfrutar de su familia y de la comida.
Casi siempre tenía preparada alguna sorpresa que guardaba en los bolsillos de
su gabardina y que compraba al salir del taller. Después de cenar, cuando
llegaba la hora del postre, se la daba a sus hijos pequeños. Les mandaba a
cogerla y ellos solían encontrar higos, uvas pasas, castañas asadas, pastas o
algún caramelo.
Cuando
llegaba el fin de semana aprovechaba para pasar más tiempo con su familia. Los
domingos por la mañana acompañaba a su mujer y a sus hijos pequeños a misa. Los
hijos mayores iban por su cuenta con los amigos. Después aprovechan para ir
todos juntos a tomar un mosto y unas rabas. El domingo también era el día de la
paga y cuando llegaba la hora de dar el dinero a sus hijos mayores les solía preguntar,
para saber si ellos también habían ido a misa: ¿De qué color era la casulla (vestido
el cura) del cura?
Por
la tarde aprovechaba para ir al bar y echar una partida a las cartas con sus
amigos de siempre.
lunes, 22 de enero de 2018
CAPITULO 3 JUVENTUD II
CAPITULO 3
JUVENTUD II
Era una mañana como otra cualquiera para la mayoría de la
gente. Sin embargo para Carlos era el día que desde hacía meses no tenía
ninguna gana de que llegase. Llevaba angustiado mucho tiempo sabiendo que no
había remedio y que a no ser que ocurriese un desastre natural, como un
terremoto, nadie le iba a salvar de tener que cumplir con la “mili”. Se
encontraba sentado en la estación de FEVE de Torrelavega y lo que menos le
apetecía era que llegara el tren. Era su primer día en el servicio militar y
tenía mucha inseguridad. No sabía lo que le pudiera suceder en los próximos
meses ni lo que se iba a esperar de él durante ese tiempo. No le hacía ninguna
gracia tener que cumplir con esta obligación. Así que ahí estaba, en la
estación, esperando al tren que le iba a llevar a Santander. No iba a poder ver
a su familia hasta que aquello finalizase. Pero prefería no pensar en ello.
Cuando llegó a Santander, tuvo que dirigirse al regimiento
donde le indicarían que debía hacer. Así que eso es lo que hizo: se puso en
marcha y, tras andar durante por lo menos una hora, se plantó en las oficinas a
preguntar por su destino. Lo que sucedió fue que se encontró con gente normal y
agradable y lo que pensó que iba a ser una tortura, resultó no ser tan malo.
Hizo muchos amigos y disfrutó de su vida en Santander, que era una ciudad con
más ambiente que Torrelavega. Aprendió a desenvolverse por la ciudad y tuvo
tiempo de hasta dar algún que otro paseo. Además, para él era un lujo poder
disfrutar de la playa los días de sol.
Una vez hubo acabado el servicio militar le costó casi lo
mismo volver a Torrelavega que lo que le había costado irse de allí. Poder
tener a su familia cerca era para él muy importante; sin embargo, dejaba en
Santander a muchos y muy buenos amigos de juventud con los que había compartido
muchas aventuras.
Una tarde, cuando iba hacia su casa por Cuatro Caminos, vio
un letrero en una panadería en el que anunciaban la creación de una banda
municipal de música en Torrelavega. No volvió a darle más importancia hasta que
una semana más tarde uno de sus amigos de la infancia le dijo que había
decidido unirse a la banda. Carlos tenía una gran afición por la música y lo
que le contó su amigo le dio mucha envidia. Pero para él no sería sencillo
entrar en ella. Su amigo había ido al conservatorio y tenía estudios musicales,
pero él nunca había estudiado para tocar. Tenía buen oído y le encantaba
practicar con la guitarra, el piano, la gaita… Perdía muchas horas sacando de
oído todas las canciones que le gustaban. Pero de ahí a que le fuesen a coger
en la banda le parecía un paso imposible. Sin embargo, la idea no le dejaba de
rondar la cabeza y durante las siguientes semanas practicó más que de
costumbre. Se estaba entusiasmado con la idea de ir a la prueba que hacían para
que te admitiesen en la banda pero tampoco quería hacerse ilusiones porque le
parecía un sueño imposible. Su madre, que le veía un poco cabizbajo, no hacía
más que preguntarle qué le pasaba, así que un día le contó que sabía que iban a
fundar una banda en Torrelavega de la que le gustaría formar parte pero que lo
veía como un sueño imposible porque él nunca había estudiado música. Su madre,
como todas las madres del mundo, no podía ver así de triste a su hijo, así que
le animó y le dijo que el “NO” ya lo tenía y que por probar a presentarse no
perdía nada. Así que es lo que hizo. Tuvo que pensar en qué música iba a tocar
y con qué instrumento iba a pasar la prueba. No tenía que tocar durante mucho
tiempo, pero por eso tenía que elegir algo original y que le gustase a los
jueces que debían decidir. La verdad es que la elección no fue difícil; decidió
tocar “Asturias patria querida” y algunas otras piezas cortas y conocidas que
había oído tocar a otras bandas y que a la gente le gustaban mucho. Y así fue
como Carlos, aunque nunca había estudiado para tocar, con su buen oído y su
experiencia con los instrumentos musicales se las apañó para meterse como
trombón primero en la banda de Torrelavega que se fundó en 1912.
Básicamente, a lo que se dedicaba la banda era a acudir a
inauguraciones, bodas, bautizos, festivales, y a despedir a los barcos que
zarpaban para pescar o para comprar cereales y fruta. De todos los actos a los
que iban, a Carlos el que menos le gustaba era despedir barcos, ya que salían
con mucha frecuencia y la música que solían tocar era muy repetitiva. Sin
embargo, le encantaba acudir a las fiestas en las que siempre había mucha gente
contenta y con ganas de fiesta. Estas eran mucho más entretenidas y la música
era más variada y cada año preparaban canciones diferentes.
Gracias a formar parte de la banda no tuvo que formar parte
de la leva de soldados que, como él decía, marchó a luchar contra “el moro” y
se salvó del desastre de Annual. Él siempre dijo que había tenido mucha suerte.
Durante
todo este tiempo desde que volvió de la mili, conservó el trabajo en la ebanistería y durante muchos años lo
compaginó con sus actuaciones en la banda. Desde que empezó de niño barriendo
el local, la ebanistería se convirtió en su segunda casa y en su auténtica
escuela. Acabó siendo un profesional y sabía construir todo tipo de muebles,
era un “manitas” y a la gente le gustaba mucho la calidad de las piezas que
fabricaba. No solo era hacer mesas o sillas, sino también estudiar
detenidamente su diseño. Cada mueble que fabricaba era una obra de arte. Sin
embargo, no pudo evitar que, como consecuencia de una huelga, despidieran a
todos los trabajadores de la ebanistería, lo cual le dio mucha rabia, ya que
ese oficio le encantaba. Fue una época dura, porque tanto él como sus
compañeros se quedaron sin trabajo y no era fácil encontrar otro en esa época. Estuvo
unos cuantos meses pensando qué podía hacer, ya que el sueldo de la banda
municipal no le era suficiente. A menudo quedaba con sus antiguos compañeros de
trabajo para compartir sus tristes historias y fue uno de esos días cuando
decidieron que tenían que arriesgarse y montar entre todos una nueva
ebanistería. Se encontraron con algunos problemas económicos, pero el proyecto
les hacía mucha ilusión y tenían la certeza de que si trabajaban duro les iba a
salir bien. Con esa esperanza, Carlos tuvo que ir donde su madre Benicia a pedirle
un pequeño préstamo de quinientas pesetas y ese fue el dinero que invirtió para
que su gran sueño saliese adelante.
Hacían unos preciosos muebles de haya, a los que Carlos,
junto a sus compañeros, dedicaba mucho esfuerzo, pero siempre con su merecida
recompensa. Pese a su creciente fama y la indudable calidad de los muebles,
Carlos sentía que cada vez sus dos amigos se cansaban de hacer muebles y se lo
dejaban de tomar tan enserio como deberían. Por este y otros motivos, la
sociedad se disolvió alrededor de 1925. No podía perder aquel trabajo, ya que
era para él lo mejor que tenía y lo que mejor sabía hacer, así que, con el poco
dinero que había conseguido ahorrar, decidió alquilar un taller él solo. Pero al no poderse permitir el alquiler del taller
en el que estaba hasta entonces, lo trasladó a la calle Argumosa, que estaba a
las afueras de Torrelavega. Para ser sinceros, el local tenía un aspecto
bastante deplorable; de hecho meses atrás el periódico de Torrelavega comentó
el mal estado de esa calle con un artículo titulado “¿Dónde se hace en este
pueblo… aquello?”. Es curioso que a Carlos le encantaba contar esta anécdota a
pesar de que la noticia criticaba el estado de la calle en la que trabajó.
Mirar hacia atrás y ver de dónde venía y adónde había llegado con su esfuerzo y
con su trabajo es lógico que le hiciera sentirse recompensado por todo el
esfuerzo.
Aunque el trabajo le encantaba, no le gustaba nada la
obligación de tenerse que levantar muy temprano todos los días para trabajar
muy duro y sin ninguna compañía. Trabajó de forma constante desde que amanecía
todos los días del año salvo el Jeves Santo, Navidad y Año Nuevo. Así que las
veces que salía con la banda eran para él una distracción. A pesar de ser su
segunda fuente de ingresos, también eran momentos de diversión y de ocio que
aprovechaba para divertirse y pasárselo bien.
Todo el esfuerzo se vio poco a poco recompensado: la
ebanistería le fue bien y tuvo que contratar a más personal para poder sacar
adelante todos los encargos que les llegaban. Se había hecho con cierto
renombre en Torrelavega y todo le mundo sabía que sus muebles eran de buena
calidad. Además, formaba parte de la banda municipal y se unió también a la
coral como tenor destacado.
Un día, su amigo Rodríguez Hevia le comentó la posibilidad
de formar ellos dos una pequeña orquesta y qué más quería oír Carlos. Como buen emprendedor, enseguida se ilusionó
con la idea hasta que tomó forma. A pesar de que se le daba fatal lo de poner
nombres, el nombre de esta orquesta lo decidieron con facilidad uniendo las dos
primeras iniciales del apellido de cada uno. Esta forma de hacer nombres le
fascinó, ya que durante toda su vida había creado nombres de los que al poco
tiempo se acababa arrepintiendo
CAPITULO 4 JUVENTUD III
CAPITULO 4
JUVENTUD III
Era Junio y
estaba a punto de empezar el verano. Carlos estaba muy ilusionado con la banda
ROMO (ROdríguez y MOntes) que había formado con su amigo Rodríguez Hevia. Se
llevaban muy bien entre ellos y quedaban todos los fines de semana para ensayar
y aprender canciones nuevas. Ya habían dado algún concierto en los pueblos
cercanos durante las fiestas de San José y en las de San Antonio. La gente les
había aplaudido mucho y les empezaban a conocer en la zona. Habían conseguido que les contratasen para
dar muchos conciertos ese verano, así que estaban ansiosos por que comenzase la
temporada. El primero de los conciertos de la temporada iba a ser en Asturias,
en la zona de Llanes, en un pueblo que se llama San Roque del Acebal.
Ese día
Carlos había quedado con los componentes de la banda ROMO en la estación muy
temprano para coger el primer tren hacia San Roque. El viaje desde Torrelavega
era muy largo; el tren tardaba unas cuatro horas en hacer el trayecto, y paraba
en todas las estaciones que había por el camino.
San Roque es
un pueblo pegado a la montaña, pero la Villa, que es como llaman a Llanes en la
zona, está a cinco kilómetros. En San Roque se celebra el 24 de Junio la fiesta
de la Sacramental y todas las mujeres del pueblo se visten con el traje
tradicional asturiano de “aldeana” y todos los mozos con sus trajes de “porruanu”.
También en casa de
Benedicta Campollo Somohano en San Roque del Acebal se habían levantado todos
muy temprano ese día. Había que hacer todas las labores de la casa antes de
empezar a prepararse para la fiesta que llevaban todo el año esperando.
Benedicta tenía dos hermanas jóvenes, como ella, y las tres querían vestirse a
la vez, así que andaba toda la casa revuelta y los nervios se sentían en el
ambiente. Se ayudaban entre ellas para vestirse. Colocarse el traje es todo un
ritual que lleva mucho tiempo y que las madres enseñan a sus hijas desde pequeñas.
Se tienen que colocar la saya solitaria, el corpiño y, lo más importante, el
pañuelo, que lleva mucho tiempo colocarlo. Así que entre: - Átame el corpiño, -¿Dónde
están mis horquillas?, - Dame más alfileres, - ¿Quién me pone el pañuelo?....su
madre Ángela, las tranquilizaba: - Ye
pronto no hay prisa.
Tenían que estar
preparadas para la misa solemne que había a las doce del mediodía. Luego era la
procesión y la subasta del “Ramu” que llevan en sus hombros los “mozus”
vestidos de porruanos. Una de las cosas que más las gustaba era hacer bailar
sus pandereteas mientras cantaban. Y disfrutaban un montón con el famoso baile
del Pericote.
Ese día a Bene, como todo
el mundo la conoce en el pueblo, le tocaba ayudar a servir la mesa del cura con
el resto de las jóvenes del pueblo. En la mesa también se sentaban el maestro,
el alcalde, invitados y los músicos. Como estaba acostumbrada a hacer en otras
ocasiones, colocaba los platos, cubiertos, pan… Sin embargo, se estaba
empezando a sentir incómoda porque uno de los músicos no paraba de piropearla.
Así que les dijo a sus amigas que por favor se hicieran cargo de servir la mesa
mientras ella se ocupaba de otras tareas.
Los dos contaron el resto
de sus vidas que aquello había sido un flechazo de película. Desde el momento
en que Bene salió a servir la mesa se fijó en Carlos que estaba sentado con sus
amigos a la mesa y que era muy hablador, simpático y dicharachero. Mientras que
Carlos, por su parte, una vez que vio a Bene con su melena negra y su sonrisa
embaucadora ya no pudo quitar la mirada de ella.
Así es cómo se conocieron
mis bisabuelos. Carlos tuvo que coger desde entonces muchos trenes para poder
volver a San Roque a ver a mi bisabuela. El tren seguía tardando muchas horas
en llegar allí desde Torrelavega y el tren de vuelta que venía desde Oviedo
pasaba pronto. Así que eran pocas horas las que les quedaban para estar juntos.
A Carlos, que tenía buen
humor, también le gustaba el trayecto en tren que solía ser toda una
experiencia. En aquel tiempo siempre había alguien en el tren que invitaba a
compartir la comida que llevaba y también había un señor que vendía números
para una rifa. Al llegar a Cabezón de la Sal, el tren paraba un buen rato y por
el andén pasaban vendedores ambulantes que gritaban lo que vendía cada uno: - ¡Plátanos,
avellanas, cacahuetes….!
Cuando llegaba el tren a
San Roque siempre había mucha gente en la estación, porque era típico en el
pueblo acercarse hasta allí para ver pasar los trenes. Sin embargo, Bene nunca
bajaba al tren a recibir a Carlos. Siempre era Carlos el que se acercaba hasta
su casa.
Los hermanos de Bene
trabajaban en el campo y tenían ganado. La vida en el campo era dura y había
que trabajar mucho. La electricidad había llegado al pueblo prácticamente al
mismo tiempo que ellos; nacieron en 1900, que es cuando se inauguró la Central
Eléctrica de Purón. Pero la maquinaria que se utilizaba en el campo era muy
rudimentaria y no tenían las máquinas ni los tractores que existen hoy en día.
Todos los días había que
ordeñar a las vacas y meter la leche en unas grandes perolas que se colocaban
en las puertas de las casas y que pasaba a recoger el camión.
Una vez acabada la faena
por la tarde, los hombres solían ir a jugar a las cartas a la tienda de
Telesforo. Era una tienda grande y bien surtida para esos tiempos. Entrar en la
tienda era un espectáculo; cerca de la puerta estaban colgados los aperos de
labranza: guadañas, rastrillos, azadas, campanos…; encima del mostrador estaban
colgados los chorizos, morcillas, jamones…; las legumbres, la harina y el
azúcar estaban metidos en sacos cerca de una báscula. En otro rincón de la
tienda estaban las madreñas y las zapatillas. Y no faltaban el tabaco y los
caramelos en una esquina de la tienda cerca de las botellas de coñac y de anís.
A partir de la primavera cuando el tiempo lo permitía se sacaban algunas mesas
y sillas fuera, a la calle y la gente se acercaba a la bolera para echar unos
bolos.
Uno de los hermanos de
Bene, cansado de la vida en el campo y con la esperanza de conseguir una mejor
vida se fue a navegar con la Marina Americana. No pudo volver mucho por el
pueblo hasta que se jubiló, pero cada vez que hacía una visita traía los
chicles que mi abuela siempre recordaba y también contaba que a todos les hacían
mucha ilusión unas medias de nylon que traía.
El noviazgo de mis
bisabuelos no fue muy largo, y también mi bisabuela Bene no tardó en dejar su
pueblo para casarse con Carlos e irse a vivir a Torrelavega. Nunca dejó de ser asturiana
y volvía a su pueblo siempre que podía para estar con su familia. Por supuesto,
que siempre solía ir el día de la fiesta de San Roque a vestirse de “aldeana” y
también iba a las fiestas de la Guía de Llanes. Me acuerdo de que el día que mi
bisabuela celebró su 100 cumpleaños fueron unos gaiteros asturianos para
felicitarla y tocar la gaita.
martes, 5 de diciembre de 2017
Capitulo 2 juventud
CAPITULO 2
JUVENTUD
La madre de mi bisabuelo Carlos estaba triste y preocupada esa mañana. Carlos intentaba calmarla: - “Madre no se preocupe algún día tenía que dejar la escuela”. Mi bisabuelo pensaba que esa frase no la iba a tranquilizar demasiado y sin embargo observó cómo su madre cogía un pañuelo y sonreía mientras se secaba las lágrimas. “Gracias hijo”, le dijo su madre, “pero no lloro por eso. Estoy segura de que te va a ir muy bien en la ebanistería porque siempre has sido muy habilidoso y Don Eusebio y Don Jacinto son muy buenas personas”.Eusebio Andrés y Jacinto Otero eran los dueños de una pequeña ebanistería cerca de la plaza mayor de Torrelavega. Decían que habían fabricado un sifonier para la habitación de la reina Victoria Eugenia, pero lo que es seguro es que era sin duda la mejor ebanistería de Torrelavega. “Estoy preocupada porque me han dicho en el mercado que el asesinato de no séqué príncipe húngaro austriaco está generando una guerra mundial y cómo entremos en ella, no séqué va a ser de nosotros”. La incertidumbre de la primera guerra mundial en los países próximos preocupaba a las familias en esos años y temían que España se involucrase. Con la pobreza que padecían lo que menos les hacía falta era una guerra.
Afortunadamente
los miedos de Benicia eran infundados y a pesar de las incomodidades de la
época mi bisabuelo tuvo una juventud feliz. No tuvo grandes lujos pero aprendió
a disfrutar de la vida y de la compañía de los amigos que le rodeaban.
Carlos
fue al colegio y fue un chaval aplicado pero la necesidad de llevar dinero a
casa hizo que abandonase pronto las clases. En aquella época existía en
Torrelavega una escuela de artes y oficios que habían inaugurado en 1892 y que
tenía muy buena fama. A esta escuela asistieron muchos de sus compañeros de
colegio, entre ellos, los hermanos Cortabitarte. Estos eran dos hermanos
gemelos que luego se convertirían en los dueños de una de las mejores pastelerías
de Torrelavega pero que no se llevaban muy bien entre ellos. A mi bisabuelo le
hacía mucha gracia que, siendo hermanos gemelos, cada uno se sentaba a comer en
una mesa diferente dela cantina de la estación y como no se
hablaban entre ellos utilizaban al camarero de mensajero. “Camarero, le puede
decir por favor a mi hermano que me pase el periódico cuando acabe de leerlo”
El
caso es que a Carlos le hubiera gustado poder asistir a esa escuela de artes y
oficios, pero era un sueño que no se podía permitir. De la escuela obtuvo lo
principal que se podría esperar en esa época, ser capaz de leer y escribir, y
sobre todo un gran interés por los números y las matemáticas, además de muchos
amigos que conservaría el resto de su vida. También el colegio le inculco la
costumbre de estar bien informado. Siempre recordaba la mañana que el padre
Nicanor entró en clase con un periódico en la mano. “Se ha hundido el Titanic!”
“Casi 2,000 muertos” Y toda la clase a su alrededor escuchó la terrible noticia
como si les estuviesen leyendo la mejor de las novelas. Años después no se
perdía “el parte”, como llamaba él a las noticas de la televisión, aunque nunca
una noticia le impacto tanto como el hundimiento del mayor barco jamás
construido.
Tras
acabar la primaria sus padres consiguieron que Don Eusebiole aceptase como
oficial en su empresa. Es cierto que Don Eusebioera un buen hombre pero Carlos
tuvo que trabajar 12 horas al día, sábados incluidos, para demostrarle a su
jefe que valía para el puesto y así poder ganar unas pocas pesetas. Un día que
era el cumpleaños de su madre Carlos quería no salir muy tarde para poder
acercarse al mercado a comprar unas flores. A última hora las floristas bajaban
el precio de los ramos que no habían vendido ya que de otra forma tendrían que
volverse con ellos a casa. A su madre le gustaba poder adornar el salón con
unas flores pero no era lo habitual ya que eran un gasto másque no se podían
permitir. Cuando Carlos ese día le dijo a su jefe: - “Don Eusebio me voy que me
espera mi madre para cenar y ya son lasnueve”. Don Eusebio le contestó: - “¡Pero
si no has barrido! Ya sabes que hasta que no hayas barrido no puedes ir para
casa”. Si, Don Eusebio como decía su madre, era muy buena persona pero no
perdonaba una. Y por supuesto que no podía irse sin terminar su tarea.¡Ay! eso
era lo peor barrer al acabar, pero la verdad es que Carlos barría a gusto. Sin
pensar en la miseria que le iban a pagar, ni en que su madre podía quedarse sin
regalo de cumpleaños, sino en todo lo que había aprendido ese día. Sabía que
para él esa era su escuela y tenía que aprovecharla al máximo. También solía
hacer el cuento de la lechera en su cabeza pensando en que algún día gracias a
todo el conocimiento que estaba adquiriendo en todo lo relativo a la madera, el
montaría su propia ebanistería y ganaría mucho dinero. Ese trabajo le había
hecho darse cuenta de que le encantaba la ebanistería. Esos pequeños trabajos
de diseño para hacer que el respaldo de una silla estuviera recto o que una
cama no cojeara. Y lo bien que se sentía cada vez que terminaba de fabricar
algún mueble. Tenía la sensación reconfortante de que era una obra suya. Cada
silla, mesa, cama, mesita… que hacía siempre llevaba un pequeño detalle suyo
que se ingeniaba para colocar.
Las
horas que sacaba de tiempo libre las dedicaba también a fabricar sus propias
invenciones. En menos de un año que llevaba trabajando había aprendido lo
suficiente para poder añadir al comedor de su casa seis sillas y una mesa, eran
muy sencillas pero robustas y muy bien hechas.
Además
de este trabajo en la ebanistería, los primeros y terceros domingos de cada mes
Carlos y su padre aprovechaban para pasear por allí con el organillo. Vendían
churros y bacalao para ganar algo más de dinero. Lo mismo ocurría durante el
verano y en las fiestas del pueblo. Un día que era la fiesta de la Patrona de
Torrelavega, un quince de agosto, después de comer, Carlos había quedado con su
padre para ir a vender los churros en la feria. Su padre había ido a buscar el
organillo y mientras él se tenía que encargar de coger todo el material para
llevar los churros. Sin embargo cuando iba de camino vio que estaban todos los
chavales subiéndose a la cucaña, un palo engrasado por el que tenía que trepar
y conseguir llegar hasta arriba para retirar un pañuelo que estaba enganchado
en lo alto. Se le olvidaron sus obligaciones y se puso a la cola para subir a
la cucaña. Cuando le llegó el turno se lanzó como un mono para arriba y debía
ser que acostumbrado a andar descalzo tenía las plantas de los pies adaptadas a
todo tipo de terrenos y llegó hasta arriba en un periquete, cogió el pañuelo y
bajo resbalándose por el palo gritando como un loco con la mano alzada moviendo
el pañuelo. Todo el mundo lo aplaudía y vitoreaba su nombre. Él pensaba en lo
contenta que se iba a poner su madre cuando le llevase a casa el jamón que
acababa de ganar. Les iba a dar para comer unos cuantos días. Su padre al verlo
llegar tarde no se enfadó con él porque sabía que era un crio y además de
trabajar también necesitaba pasárselo bien algunas veces. Y también porque ese
día había conseguido más de lo que probablemente ganasen trabajando toda la
tarde.
Otra
de las actividades que le encantaba hacer en las fiestas era tirar de una
especie de piñatas que colocaban colgadas de un palo en lo alto, en realidad
eran unos cubos, unos estaban rellenos con agua y otros con caramelos. Siempre
salía de allí con muchos dulces y caramelos pero también se solía ir con
indicios de alguno de sus intentos.
Otro
aliciente de las fiestas era la feria de ganado que se celebraba en Torrelavega
todos los años. Era la más importante de la región y venía gente de las
provincias vecinas a comprar vacas. Esos días se movía mucho dinero en el
mercado porque la gente venía con todos sus ahorros para comprar reses para sus
ganaderías. Se vendían muchos churros y mucho bacalao frito. Carlos disfrutaba
de lo lindo esos días hablando con todo el mundo y aprendiendo todo lo relativo
al ganado y especialmente a los increíbles toros que había. Los dueños de las
vacas le explicaban encantados las maravillas de sus ejemplares y agradecían su
interés por conocer el más mínimo detalle.
Al
final de una de estas jornadas en la feria con suerte conseguían reunir un real
de la época que aunque no era mucho la familia agradecía mucho.
De
tanto ver a su padre tocar el organillo al final también él aprendió. Tenía
buen oído y le gustaba la música. Así que generaba sus propias composiciones
con el pequeño organillo. Le hubiese encantado haber estudiado música pero por
las circunstancias ni si quiera se podía plantear esa posibilidad. Pero como
para el resto de las cosas que aprendió a lo largo de toda su vida fue un
auténtico autodidacta que sabía sacar partido a las oportunidades que se le
presentaban. Sabía lo importante que es tener interés y eso le sirvió para más
adelante formar parte de una banda de música.
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Alfonso X el Sabio
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